¿Qué iba a estar pensando Félix Mendoza en hacerle caso a las trabas que le ponía el destino?
El suyo era Argentina y estaba decidido. Lo había hecho un año atrás cuando dejó la universidad y empezó a trabajar para ahorrar para el exilio. “En Venezuela uno no ahorra para darse un gusto sino para estar listo para el ahora o nunca”.
Su ahora o nunca llegó el 18 de diciembre de 2017. Aunque a decir verdad, todo estaba en contra.
Había vendido su televisor, su ventilador, su ropa y había trabajado en una cervecería en Catia La Mar (estado Vargas), juntado hasta el último dólar; pero solo llegó a tener 300.
Hizo cuentas. Las mismas que han tenido que hacer al menos 56 mil venezolanos que emigraron a Argentina:
Pasaje. En avión, “si es que se consigue”: 1.200 dólares; en bus 400.
Pasaporte por primera vez, si es que hay papel: desde 150 a 300 dólares pagando a “gestores”.
Apostillaje de documentos, comida, gastos del viaje, dinero para vivir al menos un mes en Argentina, cerca de 640 dólares.
“No, chamo, no me alcanza”, le dijo Félix a su mejor amigo Víctor Jesús Cadena, quien también estaba pensando emigrar.
Con un trabajo que le dejaba 7 dólares al mes, claro, no le iba a alcanzar.
Félix tiene apenas 21 años y estudiaba guitarra clásica. Nació y se crió en el barrio Catia, en una familia de clase media baja donde “nunca nos faltó ni sobró nada”. Es aplomado, un chico serio para su edad, con voz de alguien mayor. A Félix se le iluminan los ojos cuando habla de música, pero se le apagan tan pronto recuerda que debió dejar la carrera, “era eso o la comida”, recuerda. Y él eligió.
“Salir de Venezuela se estaba convirtiendo en mi sueño. Y eso es triste, una ironía pero era la magnitud de la desesperación”, dice.
La incertidumbre ya rodeaba su vida. Así que cualquier cosa tendría que ser mejor a lo que estaba viviendo, dice ahora en Buenos Aires tras un periplo que casi le cuesta la vida.
¿Por qué a Argentina?.
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Buenos Aires hoy suena a chamo, fino y a ajá, expresiones coloquiales del país; y huele a arepa de Harina Pan, que se ve especialmente en las calles de Palermo donde suelen llegar a vivir los venezolanos siempre con otros paisanos.
En la estación del metro de Diagonal Norte, la del famoso Obelisco, unos músicos increíbles tocan música llanera; en otra suena ‘Llorarás y Llorarás’ en la voz de Óscar d’ León en la trompeta potente de un chico venezolano. Unos más se aventuran con un tango con violines en medio de un público felizmente asombrado. Y Aracely sale del edificio donde vivió el escritor Julio Cortázar en el barrio Agronomía: cuida unos niños en un apartamento contiguo al del escritor.
No es una exageración que la tonada esté por todos lados: en cafés donde suelen ser contratados por ‘buenos laburantes’, como dicen los argentinos; en negocios de comercio, en bares.
Solo en 2017, según la Dirección Nacional de Migraciones, llegaron 31 mil y se triplicó entre 2016 y 2017. De acuerdo con una investigación de la Universidad Tres de Febrero, el 65 por ciento son profesionales.
“Los atrae que tienen una red y la flexibilización de los trámites. Aunque Venezuela está sancionado en el Mercosur, nunca hemos tomado represalias contra sus ciudadanos”, dice Julián Curí, subdirector de la Dirección Nacional de Migración (DNM).
Félix cuenta cómo tomó la decisión: “Empecé a pensar: a Colombia van muchos; a Europa, el pasaje está muy caro; en Chile, complicados los papeles; Brasil es muy grande, pero ya va, no hablo portugués; y con los argentinos ya nos conocemos, porque en otra época muchos de ellos vinieron a vivir acá y además, son más fáciles los trámites”.
Una reciente flexibilización del Gobierno permitirá simplificar e incluso eximir a los venezolanos de la presentación de ciertos documentos necesarios para radicarse en el país. Por el ‘ahora o nunca’, muchos viajaban sin sus antecedentes penales, uno de los requisitos clave para comenzar el trámite de radicación en Argentina.
La DNM analizará cada caso particular cuando “razones ajenas a su voluntad” impidan o dificulten a los venezolanos obtener los documentos.
“Hay personas que no pueden renovar su pasaporte o no recibieron sus antecedentes penales. Nosotros creemos que si vienen a trabajar no hay ningún problema”, agrega Curí.
Lo mismo hará con los títulos educativos. Quienes por salir de urgencia no llegaban con sus documentos legalizados ni podían entrar a las universidades ni validar sus títulos para ingresar al mercado profesional.
“Los migrantes venezolanos pertenecen a sectores medios y medios altos calificados y altamente calificados en su gran mayoría, y cuentan con una red de connacionales establecida en el país, lo que permite deducir que su incorporación a la sociedad argentina puede ser mucho más dinámica que otras comunidades migratorias”, dice el estudio de la Universidad Tres de Febrero.
La mayoría son ingenieros y algunos médicos, pero también hay periodistas que han tenido que ocuparse en labores diferentes a sus profesiones. Su lógica es la siguiente: llegar, conseguir trabajo, estabilizarse lo cual puede durar un año y luego, intentar retomar sus profesiones.
Pero no es tan fácil.
Y generalmente aparece el llanto.
Vincenzo Pensa, es presidente de la Asociación de Venezolanos (Asoven) y una vez al mes hace una reunión de contención emocional para los que llegan. La gente busca que la escuchen, contar lo que dejó, lo que hacía en su país.
“Para la mayoría el primer año es el más duro. Hay gente que ha tenido que pasar de profesor universitario a mozo (mesero), y eso duele; vivir en un hostel después de que dejaron su casa con todo, eso duele; el no saber si van a poder pagar el alquiler, eso duele”, afirma Vincenzo, quien lleva más de una década en Buenos Aires.
La reunión se hace en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, pero muchos también se juntan en torno a la música y la alegría en Caracas Bar o en alguna de las ventas de arepas que existen hoy en la ciudad.
De acuerdo con la Universidad Tres de Febrero, el 78 % de los migrantes venezolanos viven con otros venezolanos. Así se sienten un poco en su país.
Como afirma Nolan Rada, periodista y fotógrafo migrante, “Venezuela termina siendo un país fantasma, que existe en nuestra nostalgia”.
Algunos dicen que Buenos Aires es como la nueva Miami de América Latina.
Pero nada es tan sencillo como parece en ese comenzar de cero en la “ciudad de la furia”, como se conoce a la capital de Argentina.
Viajes riesgosos
Ilusionado con Buenos Aires, Félix logró que el padre de un amigo le prestara dinero para el viaje. “Eran todos sus ahorros y me los prestó para migrar”.
Y claro, como abundan los que quieren salir no fue difícil contactar a una agencia de viajes. Le ofrecieron un bus Caracas-Lima y de Lima a Buenos Aires en avión: todo por 480 mil bolívares, unos 400 dólares. Una parte la pagaba en Caracas y otra en Cúcuta. Salía el 18 de diciembre.
Pero cinco días antes lo llamaron y le dijeron que ya no había pasajes en avión y que el plan cambiaba. Ahora debía ir a Colombia y de ahí en un bus directo hasta Argentina.
Nada de eso pasó como se lo dijeron. De la angustia de los migrantes, hay también quienes se benefician. Agencias de viajes que ofrecen recorridos azarosos, “agilizadores” de trámites, transportadores de objetos, juegan con el ahora o nunca que los mueve a todos.
Félix no se amilanó y el 18 de diciembre, como lo había planeado, arrancó su viaje: una maleta, una bolsa de comida con jamón endiablado, panes y atún para varios días, poca agua y un gran temor: no tenía la vacuna de la fiebre amarilla. En ningún lugar de Caracas consiguió que se la pusieran.
El bus igual saldría así que, escondiendo la tristeza y con la ausencia de la vacuna, se despidió de su familia y se aventuró.
Lo que no sabía es que el viaje sería más difícil de lo planeado. Después de 13 horas por carretera, llegó a San Cristóbal y se bajó en Urueña con las maletas. “Ahí aparecieron unos amigos de la agencia que nos querían cobrar por pasarnos las cosas de tecnología a Colombia porque supuestamente los militares nos las quitaban. Había que pagarles 10 mil pesos colombianos. Pero yo iba muy corto de dinero entonces me arriesgué y pasé mi Tablet conmigo”, dice Félix
-Cuando miro adelante, ¡Colombia! y volteo para atrás y están las montañas de Venezuela. Ahí sí dije, olvídate de tu país. ¡Qué tristeza!
Lo que le esperaba era otro cambio de planes. “La gran noticia de la agencia es que ya no había bus directo. Fue otro golpe”.
Entonces pagó por un pasaje Cúcuta hasta Lima y siguió. Pero en la mitad del camino se desmayó.
“Íbamos por el Alto de Caldas y en un momento sentí una presión extraña en la cabeza y empecé a temblar, después no recuerdo más. Luego me contaron que convulsioné y me sacaron a respirar. Me dio mal de altura. Nunca había pasado tanta sed, mi error fue no llevar mucha agua”, explica Mendoza.
Hasta ese momento no había podido comunicarse con su familia, decirles que estaba vivo. Después de pasar el puente caminando, pudo hacerlo en Ecuador. La llamada le costó 0.40 centavos de dólar, recuerda.
Tulcán- Guayaquil fue un viaje que Félix recuerda con gusto. Luego Lima y el trago de pasar la Navidad fuera de su país, lejos del asado negro, las hallacas y el pan de jamón, del abrazo familiar, de su novia de hace 6 años.
En Lima, la espera. Hasta ahí llegaba la agencia de viajes, “esa agencia de farsa”, dice el chico. Muchos migrantes venezolanos llegaban a destino. Él no.
Ahora le toca comprar un nuevo pasaje hasta Buenos Aires. Doscientos dólares. Pero, por la Navidad, los conductores de Lima no viajaban. “Ahora ¿qué hago? Iba full limitado de plata y cómo iba a pagar tres noches ahí”.
Lima, sin embargo, se le presentó en forma de solidaridad. Un conocido de una amiga suya lo hospedó en su casa, lo invitó a pasar las fiestas. Félix, contra todo pronóstico, pasó el 24 de diciembre en medio de una fiesta familiar venezolana.
Le ofrecieron un trabajo temporal pero no lo aceptó. Su destino era Argentina.
Las rutas
Perú no es la ruta más usual de los venezolanos que viajan hacia Argentina. Hasta comienzos de 2017, muchos llegaban en avión. Pero en el último año, lo hicieron por vía terrestre y mixta.
En el aeropuerto de Ezeiza un sábado por la noche uno puede asistir a una extraña escena de felicidad con incertidumbre. El vuelo que viene de Manaos trae mucha expectativa. Está retrasado y hay tiempo de contar historias.
Dania Montoya llora cuando recuerda lo que dejó en Venezuela: su casa, su trabajo como gerente en una empresa de baterías. “Para los jóvenes es más fácil porque no tienen tantas raíces allá, las cosas que lograste y dejarlo para empezar de cero es muy duro. Migrar es algo que no le deseo a nadie”, dice la mujer en el aeropuerto.
Dania compró una franquicia de medialunas. Es una venezolana haciendo medialunas en lugar de arepas y aunque confiesa que no le ha ido muy bien, ahora está feliz porque espera a su madre de 82 años que emigró de Venezuela a pesar de la edad. Doña Consuelo Montoya hizo un recorrido de una semana por carretera y luego se embarcó en un avión junto a su hermana, Hilda Montoya, también de mucha edad.
Desde Caracas hasta Puerto Ordaz, de ahí a Santa Elena de Uairen y a Boa Vista (Brasil), era la mujer más mayor del bus. Todos pensaban que no aguantaría el viaje, pero ella agarró fuerza: prefería eso a morirse de depresión y soledad en su país.
El abrazo en el aeropuerto, las mil historias de lo que vivió la abuela en el viaje. Las galletas, el jamón endiablado, los ‘realitos’ contados para el trayecto. El cansancio.
“Yo me hacía la fuerte-dice Consuelo- pero hombre, fue muy duro. Hubo un momento en que todos lloraban en el bus”, cuenta la abuela días después en Buenos Aires.
“Además de estar enferma y no conseguir medicamentos, mi mamá estaba comiendo mal porque prefería darles a sus nietas lo que conseguían”, agrega Dania.
Belkys Montoya fue la encargada de organizar todo el viaje. No solo estuvo pendiente de las dos mujeres mayores, sino de sus hijos Ricardo y Mariana Pulido, de 16 y 8 años, con quienes llegó a Buenos Aires “Estaba sufriendo ataques de pánico y estrés por la angustia de salir del país”, cuenta Belkys, que es contadora y anda buscando empleo, pero ya consiguió colegio para los dos hijos. Algo que fue “realmente fácil, sin tanto rollo como en Venezuela”.
En el mismo avión de Consuelo venía otra familia que tuvo que despedirse de su vida. Alexis Ñañe, sus hijos, Luis David y Andrés Alejandro, y su compañera Lissette Rodríguez hicieron la ruta mixta.
“Fue muy impactante ver la plaza de Boa Vista llena de venezolanos que usaban el wifi para comunicarse con los suyos y ver cómo en la noche pasaban locales regalando comida”, cuenta Alexis que seguía camino hasta Manaos para tomar un avión de la aerolínea GOL.
Las selfies de la migración son el recuerdo de un viaje amargo. Los que salen en avión tienen la típica foto de la obra del artista Carlos Cruz-Diez como recuerdo de la partida. Los que cruzaron a Brasil, como Alexis, guardan una foto con un pie a cada lado de la frontera.
Cada uno tiene su momento de quiebre. El de Félix fue el momento en que vio hacia Colombia pasó a Cúcuta y vio una montaña venezolana. El de Alexis fue muy tarde ya cuando el avión volaba sobre Buenos Aires. “Caí en cuenta que ahí si era empezar de cero”.
Esa es quizá la palabra que más se les escucha decir. Y tiene una explicación.
De acuerdo con el experto en migraciones, Roberto Aruj, “se les resquebrajan las representaciones imaginarias de las expectativas de vida”.
Dania lo dice de otra manera: “Lo peor es que no puedo proyectar, no tengo metas. Vivo día a día. Lo que aspiro es seguir viviendo con tranquilidad y dársela a mi madre sus últimos años de vida”, dice. Y se quiebra.
El choque con la realidad
De Perú a Chile y luego a Argentina por carretera, Félix había sorteado cada crisis. Hasta las más inesperadas: “En la de Chile, un perro de la Aduana se lamió la última latica de jamón endiablado que tenía”, se ríe.
Y finalmente entró a Mendoza que lo emocionó en particular porque el nombre de esta ciudad argentina es igual a su apellido.
Preguntas y repreguntas, mostrar la tarjeta migratoria, el hotel, el pasaje. Estaba exhausto. Llevaba 11 días de viaje y se dirigía por fin a Buenos Aires.
“Llegué el 30 de diciembre y cuando vi una bandera argentina solo sentía satisfacción y libertad”, cuenta. Irónicamente, mientras habla, suena una canción de Calle 13, aquella que dice “Vamos a darle al mundo’.
En Argentina, los venezolanos son bien recibidos. Y hay varias razones: una es que se trata de un país hecho de migrantes (de los que llegaron a Buenos Aires huyendo de las guerra civil española o de las guerras mundiales) y está acostumbrado a ellos; pero también porque existe una relación de vieja data entre Argentina y Venezuela. En 1973, durante el boom petrolero, muchos argentinos migraron a Venezuela; lo mismo que ocurrió a finales del 70 por la dictadura y después, durante la crisis económica de 2001 que sufrió Argentina.
Y aunque están mejor que en Venezuela, lo cierto es que también llegan a un país con una tasa de desempleo de 8,3 y una inflación de 24,6 %.
¿Les impactó lo caro de Argentina?
– ¿Es un chiste? Para nada. Con una inflación de 2.500 por ciento no hay punto de comparación”, dice Alexis Ñañe y comienza a hacer cuentas: “Es que mire: el salario mínimo promedio son 750 mil bolívares y un cartón de huevos cuesta 480 mil. Mejor dicho, en eso se le va casi el salario del mes a una persona”.
“Nosotros venimos del futuro. Sabemos que las cosas siempre pueden estar peor, lo vivimos”, acota Rada.
Por eso no sorprenden los relatos de venezolanos tomándose fotos en los supermercados. “Se las toman para mostrarles a sus familias como era”, recuerda el presidente de Asoven.
Aruj, experto en migraciones, afirma que lo más complejo es que Venezuela perdió una generación de jóvenes profesionales. “Si bien no todos los venezolanos migran, lo notable es que Venezuela siempre fue receptor y que está perdiendo recursos humanos calificados con el costo que eso implica”.
Profesionales que encontraron en la gastronomía la forma de subsistir, porque en Argentina los venezolanos viven de la cocina de la nostalgia: al menos cinco grandes ventas de arepas son reflejo de esto.
En realidad tardan muy poco en conseguir empleo. Félix repartió currículos la primera semana y a la tercera ya trabajaba en La Wafflería, donde hay otros 7 compatriotas suyos. Alejandro Andrés y Lissette lograron hacerlo a la segunda semana. Él en un restaurante y ella como enfermera cuidadora.
Aunque en muchos casos son trabajos que en Argentina llaman “en negro”, sin todas las prestaciones de Ley o con salarios menores. Y casi todos envían dinero a sus familiares.
Según el estudio de Untref, el 43 % de los migrantes venezolanos está entre los 26 y 35 años, son solteros y tienen una adaptación fácil. Solo el 18 % ha sentido discriminación y esta es más común entre los que estudian y trabajan.
Vincenzo cree que hay varios tipos de migrantes: los que viven en dolor permanente y no salen de ahí; los que llama ‘ciudad de la furia’, jóvenes que creen que todo es fácil y viven en fiesta permanente; y los que vienen con familias, que trabajan de sol a sol.
“Muchos se sienten culpables por haber venido, por poder ir al supermercado y conseguir todo o por comer bien y se exigen demasiado. Hay otros que vinieron creyendo que era solo por un tiempo y siempre están pensando en Venezuela”.
El retorno siempre está en la cabeza del migrante, explica Aruj. Y a muchos migrantes se les va la vida haciendo el duelo de su partida.
Alexis cree que no es sano. “Para mí esto es un nacimiento, un comienzo de cero. Cuando uno vive con la añoranza del pasado, se ata”.
Doña Consuelo responde con rapidez mientras prepara un café: “No, señorita, es que allá no hay vida”. Y Dania dice con amargura: ¿volver a qué?
–Felix, ¿piensas en el regreso a tu país?
–“No sé, es muy duro. Cuando me despedí de mi familia pensé: migrar es como si te tuvieras que olvidar de tu vida, ‘olvídate de todo’, me dije’. Es mejor pensar que esta es mi vida de ahora en adelante”.
Este artículo forma parte de una serie de reportajes que bajo el nombre #VenezuelaAlafuga realizaron @Efectococuyo y @ELTIEMPO en alianza con @cdr_ @ipys y @ojo_publico